Una nueva generación de médicos rurales ha tenido que enfrentarse a una enfermedad para la que nadie estaba preparado. Estas son algunas de las reflexiones, temores y enseñanzas que les ha dejado la experiencia con el COVID-19.
Llegar a ser médico rural es todo un logro para cualquier estudiante de medicina. A las semanas de haberse graduado empiezan a firmar órdenes médicas con su nombre, los pacientes dependen únicamente de ellos y se convierten en la primera línea de atención en muchos municipios del país. Esta es su primera experiencia laboral, en donde se ponen a prueba todos los conocimientos y habilidades adquiridos durante seis años de carrera.
El año de servicio social obligatorio en Colombia está orientado a apoyar y ampliar la cobertura de salud para las áreas rurales de difícil acceso y las zonas urbanas marginadas, por lo que la gran mayoría de jóvenes médicos son asignados en esas plazas alejadas, a donde llegan con el anhelo de poner en práctica lo aprendido, incluso, aunque les toque con las uñas debido a la falta de recursos e infraestructura. Este año, una nueva generación de médicos rurales tuvo que enfrentarse a algo para lo que ni siquiera los mejores hospitales o doctores estaban preparados: una enfermedad nueva, para la que todavía no hay tratamiento y que puede contagiarlos fácilmente